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Imágenes muy duras (I)

 

Es cada vez más frecuente que los informativos de la tele, sobre todo Televisión Española, antes de mostrar alguna imagen relacionada con alguna tragedia, dispongan que el presentador o presentadora pongan cara muy seria, hagan una pausa dramática, y acto seguido digan: «Les advertimos que las imágenes que van a ver son muy duras». Y cuando en casa, alarmado por la advertencia, el espectador se apresura a sacar a los niños de la habitación, taparse los ojos y retener aire en los pulmones, apartando la vista de la pantalla, o bien, en otro tipo de sensibilidades, todos en la casa se agolpan ante el televisor, expectantes, disfrutando de antemano con lo que suponen una orgía de violencia y sangre, el telediario de turno va y muestra desde muy lejos, en un video de aficionado, cómo un policía mata a un delincuente, o al revés, pegándole un tiro, con la precaución previa de haber pixelado, o emborronado, o como se diga, la pistola del policía y la figura del muerto.

 

O pasan las imágenes de casas reventadas por un atentado terrorista con solo una manchita de sangre en el suelo. O un niño llorando ante una alambrada turca. Cosas así. Y después de haber emitido tan duras y bestiales imágenes, a salvo ya la conciencia social de la tele de turno, pasa el telediario y ya se pueden emitir, sin problemas ni sensibilidades heridas de nadie, una película de zombies antropófagos, la secuencia inicial de Salvando al soldado Ryan o a la heroica chusma lancera de Tordesillas acuchillando impunemente al desamparado toro de la Vega.

 

No voy a preguntarme si nos hemos vuelto imbéciles, porque la respuesta ya la conozco. Y buena parte de ustedes, también. En efecto, nos hemos vuelto imbéciles. Pero incluso en la imbecilidad hay grados y matices. Y en esto de la dureza de las imágenes televisadas, como en tantas otras cosas, nos estamos pasando. Porque la vida -y me refiero a la vida real - es bronca sin remedio. Y me refiero a los sitios donde la vida está verdaderamente próxima a lo que es: un lugar incierto de horror y azar donde a cada momento puede salir tu número. Ese lugar, o sea, la vida tal como es, se encuentra lleno de imágenes duras, o muy duras, como dicen los de la tele. Lo que pasa es que no queremos verlas. Preferimos mantenernos en la nube aséptica mientras podamos, cerrando los ojos, o entornándolos, para no aceptar el hecho contundente de en qué mundo miserable vivimos. Para no herir nuestra delicada sensibilidad.

 

Adaptado de Arturo Pérez Reverte Patente de Corso, XLSemanal -

23/4/2016

 

 

Para el autor, la actitud “imbécil” de espectadores y televisiones cuando se advierte de la dureza de las imágenes de los telediarios, se caracteriza por:



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